4.4.2.1.- CUENTO
DE CUENTOS,
DONDE SE LEEN JUNTAS LAS VULGARIDADES RÚSTICAS, QUE AÚN
DURAN EN NUESTRA HABLA, BARRIDAS DE LA CONVERSACIÓN
(1626)
A D. Alonso Mesya de Leyva
La habla que llamamos castellana y romance,
tiene por dueños todas las naciones: los árabes,
los hebreos, los griegos. Los romanos naturalizaron con la vitoria
tantas voces en nuestro idioma, que la sucede lo que a la capa
del pobre, que son tantos los remiendos, que su principio se
equivoca con ellos.
En el origen della han hablado algunos linajudos de vocablos,
que desentierran los huesos a las voces, cosa más entretenida
que demostrada; y dicen que averiguan lo que inventan.
También se ha hecho Tesoro de la lengua española,
donde el papel es más que la razón; obra grande,
y de erudición desaliñada.
Ninguno ha escrito gramática;
y hablamos la costumbre, no la verdad con solecismos.
El alma, decimos; y supuesto que el alma bueno no se puede decir,
el, que es artículo masculino, ha de ser la,
y pronunciar la alma.
No quiero nada peca en lo de las dos negaciones, y
debe decirse: “quiero nada”
Bien considerado es el entremetimiento desta palabra mente,
que se anda enfadando las cláusulas y paseándose
por las voces eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente,
santamente, y esta porfía sin fin. ¿Hay necedad
más repetida de todos que finalmente, cosa que
algún letor se me quiera excusar de no haberla dicho?
[...]
¡Hay cosa como ver a un graduado, con más barbas
que textos, decir enfurecido: “Voto a Dios, que se lo
dije de pe a pa!” ¿Qué es pe a pa,
licenciado? Y para enmendarlo dice que se está erre que
erre todo el día. [...]
Cuento de cuentos
Ello se
ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino sus,
manos á la obra.
Digo, pues, que en Sigüenza había un hombre muy
cabal, y muchucho, que diz que se decía Menchaca,
de muy buena capa. Estaba casado
con una mujer, y esta mujer era de punto,
y mas grave que otro tanto (llámese
como se llamare). Tenían dos hijos, que como digo,
eran pintiparados; y no
le quitaban pizca al padre. El uno de ellos era la
piel del diablo; el otro, un chisgaravís,
y cada día andaban al morro,
por quítame allá esas pajas.[...]
(Obras de Don Francisco de Quevedo y Villegas.
Tomo segundo, ed. Don Aureliano Fernández-Guerra y Orbe,
Madrid, M. Rivadeneyra, 1859, pp. 397-400,
(Biblioteca de Autores Españoles 28)