4.4.3.1.- SUEÑO
DEL JUICIO FINAL [de las Calaveras] (1606)
Rubens: El Juicio Final (1617)
CENSURA
del R. P.
M. Fr. Antolín Montojo, del orden de predicadores,
a la obra Sueños y discursos de verdades descubridoras
de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y
estados, o sea, el Sueño del Juicio Final
De orden y comisión
de V.A., he visto con atención a un libro llamado Sueños
y discursos [...], que escribió don Francisco de
Quevedo Villegas, servidor del Rey, que, por serlo, es lástima
se entregue a escritos que pueden hacer más mal que bien
a quien los leyere, e inducir a errores, promoviendo dudas sobre
cosas muy sagradas, que deben tratarse siempre con más
gravedad que se hace en este libro. O el autor se ha propuesto
burlarse de las Sagradas Escrituras, o las ignora, según
su modo de hablar de ciertas cosas, por lo que da lugar a que
se crea, por menos malo para él, que no ha saludado el
Evangelio, y que ignora su doctrina, pues creer que la sabrá,
sería tanto como tenerle por sacrílego,
pues que le pretendía satirizar ridículamente.
El estilo es chabacano e imprudente
y escandaloso sobremanera, y más
propio de truhanes que de gente honrada y cristiana. [...]
[...] No hay profesión
honrada que no desacredite este mal libro, y por ello y lo dicho,
creo yo que no habiendo en él cosa que siente bien a
nuestra santa religión, debe negarse al autor la licencia
para imprimirle.
Madrid, 1º de julio
de 1610
CENSURA
del padre maestro fray Antonio de Santo Domingo, lector en
teología, del Orden de San Francisco
[...] he notado tal suma de verdades bien
corregidas, y tal moralidad, que me hace creer gran fondo
de moralidad en su autor. La sátira es picante, pero
la que conviene para ridiculizar el vicio y corregirle. Su
título es justo y bien pensado; y así es que,
después de haberle leído una vez por obediencia,
le he repasado muchas por gusto,
logrando aprender en cada vez
cosas nuevas y provechosas al espíritu. [...]
Madrid, 30 de julio de 1612
[DISCURSO]
Los sueños [señor
-¿el Conde de Lemos?-] dice Homero que
son de Júpiter y que él los envía, y en
otro lugar que se han de creer. Es así cuando tocan en
cosas importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes
señores, como se colige del doctísimo y admirable
Propercio en estos versos:
Nec tu sperne piis venientia somnia portis:
cum pia venerunt somnia, pondus habent
Dígolo a propósito que tengo por caído
del cielo uno que yo tuve en estas noches pasadas, habiendo
cerrado los ojos con el libro del Dante
[Beato Hipólito de la Fin del
mundo y segunda venida de Cristo], lo cual fue causa
de soñar que veía un tropel
de visiones [el Juicio Final].
[...]
Parecióme, pues, que vía un mancebo que discurriendo
por el aire daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con
su fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia
en los mármoles y oído en los muertos, y así
al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar licencia
a los huesos, que andaban ya unos en busca de otros; y pasando
tiempo, aunque fue breve, vi a los que habían sido soldados
y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola
por seña de guerra; a los avarientos
con ansias y congojas, celando algún rebato y los dados
a vanidad y gula, con ser áspero
el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía
yo en los semblantes de cada uno y no vi que llegase el ruido
de la trompa a oreja que se persuadiese a
lo que era [que era cosa de juicio].
Después noté de la manera que algunas almas venían
con asco, y otras con miedo huían de sus antiguos cuerpos.
A cuál faltaba un brazo, a cuál un ojo, y diome
risa ver la diversidad de figuras y admiróme la providencia
[de Dios] en que, estando barajados
unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponía las
piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio
me pareció que andaban destrocando cabezas y que vi un
escribano que no le venía bien el alma y quiso decir
que no era suya por descartarse de ella.
Después ya que a noticia de todos llegó que era
el día del Juicio, fue de ver cómo los lujuriosos
no querían que los hallasen sus ojos
por no llevar al tribunal testigos contra sí; los maldicientes,
las lenguas; los ladrones
y matadores gastaban los pies en huir de sus mismas manos.
Y volviéndome a un lado vi a un
avariento que estaba preguntando
a uno (que por haber sido embalsamado y estar lejos sus tripas
no hablaba, porque aún no habían llegado) si habían
de resucitar aquel día todos los enterrados, si resucitarían
unos bolsones suyos. Riérame
si no me lastimara a otra parte el afán con que una gran
chusma de escribanos andaban huyendo
de sus orejas, deseando no las
llevar por no oír lo que esperaban, mas solos fueron
sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones,
que por descuido no fueron todos. Pero lo que más me
espantó fue ver los cuerpos de dos o tres mercaderes
que se habían calzado las almas al revés y tenían
todos los cinco sentidos en las uñas
de la mano derecha.
El Bosco: El jardín de las Delicias.
(1503-15)
Yo veía todo esto de
una cuesta muy alta, al punto que oigo dar voces a mis pies
que me apartase; y no bien lo hice, cuando comenzaron a sacar
las cabezas muchas mujeres hermosas,
llamándome descortés y grosero, porque no había
tenido más respeto a las damas (que aun en el infierno
están las tales sin perder esta locura). Salieron fuera,
muy alegres de verse gallardas y desnudas entre tanta gente
que las mirase; aunque luego, conociendo que era el día
de la ira y que la hermosura las estaba acusando de secreto,
comenzaron a caminar al valle con pasos más entretenidos.
Una, que había sido casada siete
veces, iba trazando disculpas para todos los maridos.
Otra de ellas, que había sido pública ramera,
por no llegar al valle no hacía sino decir que se le
habían olvidado las muelas y una ceja, y volvía
y deteníase; pero al fin llegó a vista del teatro,
y fue tanta la gente de los que había ayudado a perder
y que, señalándola, daban gritos contra ella,
que se quiso esconder entre una caterva de corchetes, pareciéndole
que aquella no era gente de cuenta aun en aquel día.
[...]
El trono era obra donde trabajaron
la Omnipotencia y el Milagro. Júpiter
[Dios] estaba vestido de sí
mismo, hermoso para los unos
[santos] y enojado para los otros
[perdidos], el sol y las
estrellas colgando de su boca, el viento tullido y mudo, el
agua recostada en sus orillas, suspensa la tierra, temerosa
en sus hijos, de los hombres. [...]
Pero tales voces como venían
tras de un malaventurado pastelero
no se oyeron jamás, de hombres hechos cuartos; y pidiéndole
que declarase en qué les había acomodado sus carnes,
confesó que en los pasteles; y mandaron que les fuesen
restituidos sus miembros de cualquier estómago en que
se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado y
respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera
acusación decía no sé qué de gato
por liebre, tanto de huesos (y no de la misma carne, sino advenedizos),
tanta de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él
vio que se les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos
más animales que en el arca de
Noé, (porque en ella no hubo ratones ni moscas
y en ellos sí), volvió las espaldas y dejólos
con la palabra en la boca. [...]
[Los disparates
de los pasteleros debían ser tan frecuentes que al final
del siglo, en 1695, se aprobó unas "Ordenanzas de
pasteleros" que regulaban la fabricación de pasteles
de carne. Si quieres leer el fragmento final pincha aquí]
Llegó tras ellos un avariento
a la puerta y fue preguntado qué quería, diciéndole
que los Diez Mandamientos guardaban
aquella puerta de quien no los había guardado, y él
dijo que en cosas de guardar era
imposible que hubiese pecado. Leyó el primero: «Amar
a Dios sobre todas las cosas», y dijo que él
solo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas.
«No jurar su nombre en vano», dijo que
aun jurándole falsamente siempre había sido por
muy gran interés, y que así no había sido
en vano. «Guardar las fiestas», éstas
y aun los días de trabajo guardaba y escondía.
«Honrar padre y madre»: -Siempre les quité
el sombrero-. «No matar»: por guardar esto
no comía, por ser matar la hambre comer. «No
fornicarás»: -En cosas que cuestan dinero
ya está dicho. «No levantar falso testimonio.»
-Aquí -dijo un diablo- es el negocio, avariento, que
si confiesas haberle levantado te condenas, y si no, delante
del juez te le levantarás a ti mismo.
Enfadóse el avariento y dijo:
-Si no he de entrar no gastemos tiempo.
Que hasta aquello rehusó de gastar. Convencióse
con su vida y fue llevado a donde merecía. [...]
En esto que era todo acabado,
quedaron descubiertos Judas, Mahoma y Martín Lutero,
y preguntando un ministro [diablo]
cual de los tres era Judas, Lutero y Mahoma dijeron cada
uno que él; y corrióse Judas tanto, que dijo en
altas voces:
- Señor, yo soy Judas,
y bien conocéis Vos que soy mucho mejor que éstos,
porque si os vendí remedié
al mundo, y éstos, vendiéndose a sí y a
Vos, lo han destruido todo. [...]
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- [En azul, las
supresiones y enmiendas de la edición Juguetes de
la niñez (1631)
- En rosa,
los cambios que se introducen en esta edición
- En amarillo,
las ideas y tipos notables
- En verde,
los aspectos relacionados con ellos]
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