4.4.3.3.- EL SUEÑO
DEL INFIERNO [Las
zahúrdas de Plutón] (1608)
Prólogo al ingrato
[endemoniado] y desconocido
[infernal] lector
Eres tan perverso que ni te obligué llamándote
pío, benévolo ni benigno en los demás discursos
porque no me persiguieses; y ya desengañado quiero hablar
contigo claramente. Este discurso es el del infierno; no me arguyas
de maldiciente porque digo mal de los que hay en él, pues
no es posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si
te parece largo, en tu mano está: toma el infierno
que te bastare y calla. Y si algo no te parece
bien, o lo disimula piadoso o lo enmienda docto, que errar
es de hombres y ser errado de bestias o esclavos. Si
fuere oscuro, nunca el infierno fue claro; si triste y melancólico,
yo no he prometido risa. Solo te pido, lector, y aun te conjuro
por todos los prólogos, que no tuerzas
las razones ni ofendas con malicia mi buen celo. Pues, lo
primero, guardo el decoro a las personas y solo reprehendo los vicios;
murmuro los descuidos y demasías de
algunos oficiales sin tocar en la pureza de los oficios;
y al fin, si te agradare el discurso, tú te holgarás,
y si no, poco importa, que a mí de
ti ni de él se me da nada. Vale.
Discurso
Infierno. Peter Huys (1519?-1584)
Yo, que en el «Sueño [del
Juicio]» vi tantas cosas y en «El alguacil endemoniado»
oí parte de las que no había visto, como sé
que los sueños las más veces son burla de la fantasía
y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener
cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde [Dios],
vi, guiado de mi ingenio [del
ángel de mi guarda], lo que se sigue, por particular
providencia de Dios; que fue para traerme, en el miedo, la verdadera
paz. Halléme en un lugar favorecido
de naturaleza por el sosiego amable, donde sin malicia la
hermosura entretenía la vista (muda recreación), y
sin respuesta humana platicaban las fuentes entre las guijas y los
árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro,
ni sé determinadamente si en competencia suya o agradeciéndoles
su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo,
que no halló paz en nada de esto. Tendí los ojos,
codiciosos de ver algún camino por buscar compañía,
y veo, cosa digna de admiración, dos
sendas que nacían de un mismo lugar, y una se iba
apartando de la otra como que huyesen de acompañarse. Era
la de mano derecha tan angosta que
no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella
iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos
que trabajaban en pasarla, pero por ir descalzos y desnudos, se
iban dejando en el camino unos el pellejo, otros los brazos, otros
las cabezas, otros los pies, y todos iban amarillos y flacos. Pero
noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás,
sino todos adelante. Decir que puede ir alguno a caballo es cosa
de risa. Uno de los que allí estaban, preguntándole
si podría yo caminar aquel desierto a caballo, me dijo:
-Déjese de caballerías y caiga de su asno. [San
Pablo le dejó para dar el primer paso a esta senda.]
Y miré, con todo eso, y no vi huella de bestia ninguna. Y
es cosa de admirar que no había señal de rueda de
coche ni memoria apenas de que hubiese nadie caminado por allí
jamás. Pregunté, espantado de esto, a un mendigo que
estaba descansando y tomando aliento, si acaso había ventas
en aquel camino o mesones en los paraderos. Respondióme:
-¿Venta aquí, señor, ni mesón? ¿Cómo
queréis que le haya en este camino, si es el de la virtud?
En el camino de la vida -dijo- el
partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en
saliendo de ella, es una jornada sola y breve desde él a
la pena o a la gloria. [...]
Di un paso atrás y salime del camino del
bien, que jamás quise retirarme de la virtud que tuviese
mucho que desandar ni que descansar.
Volví a la mano izquierda y vi un acompañamiento tan
reverendo, tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al
sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos
caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros.
Yo, que siempre oí decir: «Dime con quién
fueres y direte cuál eres», por ir con buena compañía
puse el pie en el umbral del camino, y sin sentirlo me hallé
resbalado en medio de él como el que se desliza por el hielo,
y topé con el que había menester, porque aquí
todos eran bailes y fiestas, juegos y saraos, y no el otro camino,
que por falta de sastres iban en él desnudos y rotos, y aquí
nos sobraban mercaderes, joyeros
y todos oficios. Pues ventas, a cada paso, y bodegones sin
número.
No podré encarecer qué contento me hallé en
ir en compañía de gente tan honrada, aunque el camino
estaba algo embarazado, no tanto con las mulas de los médicos
como con las barbas de los letrados,
que era terrible la escuadra de ellos
que iba delante de unos jueces. No
digo eso porque fuese menor el batallón
de los doctores, a quien nueva elocuencia
llama ponzoñas graduadas, pues se sabe que en sus universidades
se estudia para tósigos.
Animóme para proseguir mi camino el ver no solo que iban
muchos por él, sino la alegría que llevaban, y que
del otro se pasaban algunos al nuestro, y del nuestro al otro por
sendas secretas. Otros caían, que no se podían tener,
y entre ellos fue de ver el cruel resbalón que una lechigada
[= piara de lechones Dicc.Aut.] de taberneros
dio en las lágrimas que otros habían derramado en
el camino, que por ser agua se les fueron los pies y dieron en nuestra
senda unos sobre otros.
Íbamos dando vaya a los que veíamos por el camino
de la virtud más atrabajados. Hacíamos burla de ellos,
llamábamosles heces del mundo y desecho de la tierra. Algunos
se tapaban los oídos y pasaban adelante; otros que se paraban
a escucharnos, de ellos desvanecidos de las muchas voces y de ellos
persuadidos de las razones y corridos de las vayas, caían
y se bajaban.
Vi una senda por donde iban muchos
hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía
que iban con ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre
nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas,
gente en quien la penitencia, el ayuno, la mortificación,
que en otros son mercancía del cielo, es noviciado del Infierno.
Había muchas mujeres tras estos besándoles
las ropas, que en besar algunas son peores que Judas, porque él
besó, aunque con ánimo traidor, la cara del Justo
Hijo de Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros
tan malos como Judas. Atribúyolo, más que a devoción,
en algunas, a golosina en el besar. Otras iban cogiéndoles
de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto que da sospecha
que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos que por
fe que tengan con sus obras. Otras se encomiendan a ellos en sus
oraciones, que es como encomendarse al diablo por tercera persona.
Vi algunas pedirles hijos, y sospecho que
marido que consiente en que pida hijos a otro la mujer, se dispone
a agradecérselo si se les diere. Esto digo por ver que pudiendo
las mujeres encomendar sus deseos y necesidades a San Pedro, a San
Pablo, a San Juan, a San Agustín, a Santo Domingo, a San
Francisco, y otros santos, que sabemos que pueden con Dios, se den
a estos que hacen oficio la
humildad y pretenden irse al cielo de estrado en estrado y de mesa
en mesa. Al fin conocí que iban estos arrebozados para nosotros,
mas para los ojos eternos, que abiertos sobre todos juzgan el secreto
más oscuro de los retiramientos del alma, no tienen máscara.
Bien que hay muchos buenos [espíritus
a quien debemos pedir favor con los Santos y con Dios], mas
son diferentes destos, a quien antes se les ve la disciplina que
la cara y alimentan su ambiciosa felicidad del aplauso de los pueblos,
y diciendo que son unos indignos y grandísimos pecadores
y los más malos de la tierra, llamándose jumentos
engañan con la verdad, pues siendo hipócritas, lo
son al fin. Iban estos solos, aparte y reputados por más
necios que los moros, más zafios que los bárbaros
y sin ley, pues aquellos, ya que no conocieron la vida eterna ni
la van a gozar, conocieron la presente y holgáronse en ella,
pero los hipócritas ni la una ni la otra conocen, pues en
esta se atormentan y en la otra son atormentados, y en conclusión,
destos se dice con toda verdad que ganan el infierno con trabajos.
[Puedes leer una versión
de Luciano de las dos sendas, aplicadas al estudio de la retórica,
si pinchas aquí]
[......................]
Y lleguéme a unas bóvedas
donde comencé a tiritar de frío
y dar diente con diente, que me helaba. Pregunté movido de
la novedad de ver frío en el infierno, qué era aquello,
y salió a responder un diablo zambo, con espolones y grietas,
lleno de sabañones y dijo:
-Señor, este frío es de que en esta parte están
recogidos los bufones, truhanes y juglares
chocarreros, hombres por demás y que sobraban en el mundo,
y que están aquí retirados, porque si anduvieran por
el infierno sueltos, su frialdad es tanta
que templaría el dolor del fuego.
Pedíle licencia para llegar a verlos, diómela, y calofriado
llegué y vi la más infame casilla del mundo, y una
cosa que no habrá quien lo crea, que se atormentaban unos
a otros con las gracias que habían dicho acá. Y entre
los bufones vi muchos hombres honrados que yo había tenido
por tales. Pregunté la causa, y respondióme un diablo
que eran aduladores, y que por esto
eran bufones de entre cuero y carne. Y repliqué yo cómo
se condenaban, y me respondieron que, como se condenan otros por
no tener gracia, ellos se condenan por tenerla, o quererla tener.
-Gente es que se viene acá sin avisar, a mesa puesta y a
cama hecha, como en su casa. Y en parte los queremos bien, porque
ellos se son diablos para sí
y para otros, y nos ahorran de trabajos,
y se condenan a sí mismos, y por la mayor parte, en vida,
los más ya andan con la marca del infierno, porque el que
no se deja arrancar los dientes por dinero, se deja matar hachas
en las nalgas o pelar las cejas, y así, cuando acá
los atormentamos, muchos de ellos, después de las penas,
solo echan menos las pagas. ¿Veis aquel? -me dijo-. Pues
mal juez fue, y está entre los
bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a dos derechos que
no hizo tuertos los hizo bizcos.
Aquel fue marido descuidado, y está
también entre los bufones, porque por dar gusto a todos vendió
el que tenía con su esposa, y tomaba a su mujer en dineros
como ración, y se iba a sufrir. Aquella mujer,
aunque principal, fue juglar, y está entre los truhanes,
porque por dar gusto hizo plato de sí misma a todo apetito.
Al fin, de todos estados entran en el número de los bufones,
y por eso hay tantos; que, bien mirado, en
el mundo todos sois bufones, pues los unos os andáis
riendo de los otros, y en todos, como digo, es naturaleza y en unos
pocos oficio. Fuera destos hay bufones desgranados y bufones en
racimo; los desgranados son los que de uno en uno y de dos en dos
andan a casa de los señores. Los en racimo son los faranduleros
miserables, y destos os certifico que si ellos no se nos viniesen
por acá, que nosotros no iríamos por ellos. [...]
Y doy fe de que en todo el infierno no hay árbol ninguno
chico ni grande y que MINTIÓ VIRGILIO
en decir que había mirtos en el lugar de los amantes, porque
yo no vi selva ninguna sino en el cuartel que dije de los zapateros,
que estaba todo lleno de bojes, que no se gasta otra madera en los
edificios.
[Puedes leer dos
de los pasajes que menciona Quevedo si pinchas aquí]
Estaban casi todos los zapateros
vomitando de asco de unos pasteleros
que se les arrimaban a las puertas, que no cabían en un silo
donde estaban tantos que andaban mil diablos con pisones atestando
almas de pasteleros, y aún no bastaban. [...]
-Acabaos de desengañar
[dice un diablo a un hidalgo] que el
que desciende del Cid, de Bernardo y de Gofredo y no es como
ellos, sino vicioso como vos, ese tal más destruye el linaje
que lo hereda. Toda la sangre, hidalguillo,
es colorada, y parecedlo en las costumbres, y entonces creeré
que descendéis del docto cuando lo fueras o procuraras serlo,
y si no, vuestra nobleza será mentira
breve en cuanto durare la vida, que en la chancillería
del infierno arrúgase el pergamino y consúmense las
letras, y el que en el mundo es virtuoso, ese es el hidalgo, y la
virtud es la ejecutoria que acá respetamos, pues aunque descienda
de hombres viles y bajos, como él con divinas costumbres
se haga digno de imitación, se hace noble a sí y hace
linaje para otros. Reímonos acá de ver lo que ultrajáis
a los villanos, moros y judíos, como si en estos no
cupieran las virtudes que vosotros despreciáis. Tres cosas
son las que hacen ridículos a los hombres:
la primera la nobleza, la segunda la
honra y la tercera la valentía;
pues es cierto que os contentáis con que hayan tenido vuestros
padres virtud y nobleza para decir que la tenéis vosotros,
siendo inútil parto del mundo. Acierta a tener muchas letras
el hijo del labrador, es arzobispo el villano que se aplica a honestos
estudios; y el caballero que desciende de buenos padres, como si
hubieran ellos de gobernar el cargo que les dan, quieren (ved qué
ciegos) que les valga a ellos, viciosos, la virtud ajena de trescientos
mil años, ya casi olvidada, y no quieren que el pobre se
honre con la propia.
Carcomióse el hidalgo de oír estas cosas, y el caballero
que estaba a su lado se afligía, pegando los abanillos del
cuello y volviendo las cuchilladas de las calzas.
-¿Pues qué diré de la honra
mundana, que más tiranías hace en el mundo,
y más daños y la que más gastos estorba? Muere
de hambre un caballero pobre, no tiene con qué vestirse,
ándase roto y remendado, o da en ladrón y no lo pide,
porque dice que tiene honra, ni quiere servir porque dice que es
deshonra. Todo cuanto se busca y afana dicen los hombres que es
por sustentar honra. ¡Oh, lo que gasta la honra!; y llegado
a ver lo que es la honra mundana, no es nada. Por la honra no come
el que tiene gana donde le sabría bien; por la honra se muere
la viuda entre dos paredes; por la honra, sin saber qué es
hombre ni qué es gusto, se pasa la doncella treinta años
casada consigo misma; por la honra la casada se quita a su deseo
cuanto pide; por la honra pasan los hombres el mar, por la honra
mata un hombre a otro; por la honra gastan todos más de lo
que tienen. Y es la honra mundana, según esto, una necedad
del cuerpo y alma, pues al uno quita los gustos y al otro la gloria.
Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados
y cuán a peligro tenéis lo que más estimáis,
hase de advertir que las cosas de más valor
en vosotros son la honra, la vida y la hacienda.
La honra está en arbitrio de las mujeres, la vida en manos
de los doctores y la hacienda en las plumas de los escribanos. Desvaneceos,
pues, bien, mortales.
Dije yo entre mí:
-¡Y cómo se echa de ver que esto es el infierno, donde
por atormentar a los hombres con amarguras
les dicen las verdades! [...]
-¿Qué gente es esta?
-pregunté.
Y respondióme uno de ellos:
-Los sin ventura, muertos de repente.
-Mentís -dijo un diablo-, que ningún hombre muere
de repente, y de descuidado y divertido sí. ¿Cómo
puede morir de repente quien desde que nace ve que va
corriendo por la vida y lleva consigo la muerte? ¿Qué
otra cosa veis en el mundo sino entierros, muertos y sepulturas?
¿Qué otra cosa oís en los púlpitos y
leéis en los libros? ¿A qué
volvéis los ojos que no os acuerde de la muerte? Vuestro
vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece,
y hasta el sueño cada día os acuerda de la muerte
retratándola en sí. ¿Pues cómo puede
haber hombre que se muera de repente en el mundo, si siempre lo
andan avisando tantas cosas? No os habéis de llamar, no,
gente que murió de repente, sino gente que murió incrédula
de que podía morir así, sabiendo con cuán secretos
pies entra la muerte en la mayor mocedad, y que en una misma hora
en dar bien y mal suele ser madre y madrastra. [...]
-¿Coplica hay? -dije yo-.
No andan lejos de aquí los poetas.
Cuando volviéndome a un lado veo una bandada de hasta cien
mil de ellos en una jaula, que llaman los orates en el infierno.
Volví a mirarlos y díjome uno, señalando a
las mujeres que digo:
-Esas señoras hermosas, todas se han vuelto medio camareras
de los hombres, pues los desnudan y no los visten.
-¿Conceptos gastáis aun estando
aquí? ¡Buenos cascos tenéis! -dije yo;
cuando uno entre todos que estaba aherrojado y con más penas
que todos, dijo:
-Plegue a Dios, hermano, que así se vea el
que inventó los consonantes, pues porque en un soneto