4.3.3.4.- EL MUNDO
POR DE DENTRO (1612)
Al lector, como Dios me lo deparare, cándido
o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna[...]
Discurso
[...] Sea por todas las experiencias mi suceso,
pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento
de estas cosas, me hallé todo en poder de la confusión,
poseído de la vanidad de tal manera que en
la gran población del mundo, perdido ya, corría donde
tras la hermosura me llevaban los ojos y adonde tras la conversación
los amigos, de una calle en otra, hecho fábula de todos;
y en lugar de desear salida al laberinto,
procuraba que se me alargase el engaño. Ya por la
calle de la ira descompuesto seguía
las pendencias pisando sangre y heridas; ya por la
de la gula veía responder a los brindis turbados.
Al fin, de una calle en otra andaba (siendo infinitas) de tal manera
confuso que la admiración aun no dejaba sentido para el cansancio,
cuando, llamado de voces descompuestas y tirado porfiadamente del
manteo, volví la cabeza. Era un viejo
venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el
vestido y pisado; no por eso ridículo, antes severo y digno
de respeto.
-¿Quién eres -dije-, que así te confiesas envidioso
de mis gustos? Déjame, que siempre los ancianos
aborrecéis en los mozos los
placeres y deleites, no que dejáis de vuestra voluntad, sino
que por fuerza os quita el tiempo. Tú
vas, yo vengo: déjame gozar
y ver el mundo.
Desmintiendo sus sentimientos, riéndose, dijo:
-Ni te estorbo ni te envidio lo que deseo, antes te tengo lástima.
¿Tú por ventura sabes lo que
vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es
una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto
es que no, pues así, alegre, le dejas pasar hurtado de la
hora que fugitiva y secreta te lleva preciosísimo robo. ¿Quién
te ha dicho que lo que ya fue volverá
cuando lo hayas menester si le llamares? Dime, ¿has visto
algunas pisadas de los días? No por cierto, que ellos solo
vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así
los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están
eslabonados y en una cadena, y que cuando más
caminan los días que van delante de ti, tiran hacia ti y
te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es
ya llegada, y según vives, antes será pasada que creída.
Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha
de morir y por malo al que vive tan sin miedo de ella como si no
la hubiese, que este la viene a temer cuando la padece, y embarazado
con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo
es solo el que vive cada día como quien cada día y
cada hora puede morir.
-Eficaces palabras tienes, buen viejo. Traído me has el alma
a mí, que me la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién
eres, de dónde, y qué haces por aquí?
-Mi hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de
decir verdades, en lo roto y poco medrado; y lo peor que tu vida
tiene es no haberme visto la cara hasta ahora. Yo soy el
Desengaño; estos rasgones de la ropa son de los tirones
que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren, y
estos cardenales del rostro, estos golpes y coces me dan en llegando,
porque vine y porque me vaya; que en el mundo todos decís
que queréis desengaño, y en teniéndole, unos
os desesperáis, otros maldecís a quien os le dio,
y los más corteses no le creéis. Si tú quieres,
hijo, ver el mundo, ven conmigo, que
yo te llevaré a la calle mayor,
que es a donde salen todas las figuras, y allí verás
juntos los que por aquí van divididos sin cansarte; yo te
enseñaré el mundo como es,
que tú no alcanzas a ver sino lo que
parece.
-¿Y cómo se llama -dije yo- la calle mayor del mundo,
donde hemos de ir?
-Llámase -respondió- Hipocresía,
calle que empieza con el mundo y se acabará con él
[...] Pues todo es hipocresía. Pues
en los nombres de las cosas ¿no
la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor
del calzado; el botero, sastre del vino, que le hace de vestir;
el mozo de mulas, gentilhombre de camino; el bodegón, estado,
el bodegonero, contador; el verdugo se llama miembro de la justicia
y el corchete criado; el fullero, diestro; el ventero, güésped;
la taberna, ermita; la putería, casa; las putas, damas; las
alcahuetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman
el mancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia la
mentira, donaire la malicia, descuido la bellaquería, valiente
al desvergonzado, cortesano al vagamundo, al
negro moreno, señor maestro al albardero y señor
doctor al platicante. Así que ni son lo que parecen ni lo
que se llaman, hipócritas en el nombre y en el hecho. ¿Pues
unos nombres que hay generales? A toda pícara, señora
hermosa; a todo hábito largo, señor licenciado; a
todo gallofero, señor soldado; a todo bien vestido, señor
hidalgo; a todo fraile motilón o lo que fuere, reverencia
y aun paternidad; a todo escribano, secretario.
De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte
que le examinéis, si no es que, ignorante como tú,
crea las apariencias. ¿Ves los
pecados? Pues todos son hipocresía, y en ella empiezan y
acaban, y della nacen y se alimentan la Ira, la Gula, la Soberbia,
la Avaricia, la Lujuria, la Pereza, el Homicidio y otros mil.
[................]
En esto llegamos a la calle mayor;
vi todo el concurso que el viejo me había prometido. Tomamos
puesto conveniente para registrar lo que pasaba. Fue un entierro
en esta forma: venían envainados en unos sayos grandes de
diferentes colores unos pícaros, haciendo una taracea de
mullidores; pasó esta recua incensando con las campanillas;
seguían los muchachos de la doctrina, meninos de la muerte
y lacayuelos del ataúd gritando su letanía, luego
las órdenes, y tras ellos los clérigos, que galopeando
los responsos, cantaban de portante abreviando porque no se derritiesen
las velas y tener tiempo para sumir otro. Seguíanse luego
doce galloferos, hipócritas de la pobreza, con doce hachas,
acompañando el cuerpo y abrigando a los de la capacha, que
hombreando testificaban el peso de la difunta. Detrás seguía
larga procesión de amigos que acompañaban en la tristeza
y luto al viudo que, anegado en capuz de bayeta y devanado en una
chía, perdido el rostro en la falda de un sombrero de suerte
que no se le podían hallar los ojos, corvos e impedidos los
pasos con el peso de diez arrobas de cola que arrastraba, iba tardo
y perezoso.
Entierro de María Estuardo (1587)
Lastimado de este espectáculo,
-¡Dichosa mujer -dije-, si lo puede ser alguna en la muerte,
pues hallaste marido que pasó con la fe y el
amor más allá de la vida y sepultura! Y dichoso
viudo que ha hallado tales amigos, que no solo acompañan
su sentimiento, pero que parece que le vencen en él. ¿No
ves qué tristes van y suspensos?
El viejo, moviendo la cabeza y sonriéndose, dijo:
-¡Desventurado! Eso todo es por fuera,
y parece así, pero ahora lo verás por
de dentro y verás con cuánta verdad el ser
desmiente a las apariencias. ¿Ves aquellas luces, campanillas
y mullidores, y todo este acompañamiento? ¿Quién
no juzgará que los unos alumbran algo y que los otros no
es algo lo que acompañan, y que sirve de algo tanto acompañamiento
y pompa? Pues sabe que lo que allí va no es nada, porque
aun en vida lo era y en muerte dejó ya de ser, y que no le
sirve de nada todo; sino que también
los muertos tienen su vanidad y los difuntos y difuntas su soberbia.
Allí no va sino tierra de menos fruto y más espantosa
de la que pisas, por sí no merecedora de alguna honra, ni
aun de ser cultivada con arado ni azadón. ¿Ves aquellos
viejos que llevan las hachas? Pues no las atizan para que atizadas
alumbren mas, sino porque atizadas a menudo se derritan más
y ellos hurten más cera para
vender: estos son los que a la sepultura hacen la salva en el difunto
y difunta, pues antes que ella lo coma ni lo pruebe, cada uno le
ha dado un bocado, arrancándole un real o dos. ¿Ves
la tristeza de los amigos? Pues todo es de
ir en el entierro, y los convidados van dados al diablo con
los que los convidaron, que quisieran más
pasearse o asistir a sus negocios. Aquel que habla de mano
con el otro, le va diciendo que convidar a entierro y a misacantanos,
donde se ofrece, que no se puede hacer con un amigo, y que el entierro
solo es convite para la tierra, pues a ella solamente llevan que
coma. El viudo no va triste del caso
y viudez, sino de ver que pudiendo él haber enterrado a su
mujer a un muladar y sin coste y fiesta
ninguna, le hayan metido en semejante barahúnda y gasto de
cofradías y cera, y entre sí dice que le debe poco
y que ya que se había de morir pudiera haberse muerto de
repente, sin gastarle en médicos, barberos
ni boticas, y no dejarle empeñado en jarabes y pócimas.
Dos ha enterrado con esta, y es tanto el gusto
que recibe de enviudar, que va ya trazando el casamiento
con una amiga que ha tenido, y fiado con su mala condición
y endemoniada vida, piensa doblar el capuz por poco tiempo.
Quedé espantado de ver todo
eso ser así, diciendo:
-¡Qué diferentes son las cosas
del mundo de como las vemos! Desde hoy perderán conmigo
todo el crédito mis ojos y nada creeré menos de lo
que viere. [...]
[................]
Mirando estaba yo confusión
de gente tan grande, cuando dos figurones entre pantasmas y colosos,
con caras abominables y faciones traídas, tiraron
una cuerda. Delgada me pareció y de mil diferentes
colores, y dando gritos por unas simas que abrieron por bocas, dijeron:
-Ea, gente cuerda; alto a la obra.
No lo hubieron dicho cuando de todo el mundo que estaba al otro
lado se vinieron a la sombra de la cuerda muchos, y en
entrando eran todos tan diferentes que parecía transmutación
o encanto, y yo no conocí a alguno.
-¡Válate Dios por cuerda -decía yo-, que tales
tropelías haces!
El viejo se limpiaba las lagañas y daba unas carcajadas sin
dientes, con tantos dobleces de mejillas que se arremetían
a sollozos, mirando mi confusión.
-Aquella mujer, allí fuera estaba
más compuesta que copla, más serena que la mar, con
una honestidad en los huesos anublada de manto, y en entrando aquí
ha desatado las coyunturas, mira de par en par, y por los ojos está
disparando las entrañas a aquellos mancebos, y no deja descansar
la lengua en ceceos, los ojos en guiñaduras, las manos en
tecleados de moño.
-¿Qué te ha dado, mujer? ¿Eres tú la
que yo vi allí?
-Sí es -decía el vejete, con una voz trompicada en
toses y con juanetes de gargajos-;
ella es, mas por debajo de la cuerda hace
estas habilidades.
-¿Y aquel que estaba allí
tan ajustado de ferreruelo, tan atusado de traje, tan recoleto de
rostro, tan angustiado de ojos, tan mortificado de habla, que daba
respeto y veneración?-dije yo-. ¿Cómo no hubo
pasado cuando se descerrajó de mohatras y de usuras, montero
de necesidades, que las arma trampas, perpetuo vocinglero del tanto
más cuanto, anda acechando logros?
-Ya te he dicho que eso es por debajo la cuerda.
-¡Válate el diablo por cuerda, que tales cosas urdes!
Aquel que anda escribiendo billetes, sonsacando virginidades y solicitando
deshonras y facilitando maldades, yo lo conocí a la orilla
de la cuerda dignidad gravísima.
-Pues por debajo de la cuerda tiene
esas ocupaciones -respondió mi ayo.[...]