2.3.- Preceptivas sobre teatro.
2.3.5.- Teoría teatral en otros géneros
2.3.4.3.- Costumbrismo: Juan de Zabaleta:
Día de fiesta por la tarde (1660)
LA COMEDIA
a) EL HOMBRE EN LA COMEDIA
Las comedias son muy parecidas a los sueños. Las representaciones
de los sueños las hace la naturaleza, quizá por hacer
entretenido el ocio del sueño. Estas representaciones, muchas
veces son confusas, algunas pesadas, por milagro gustosas, y tal vez
dejan inquietud en el alma. Un retrato es de esto el teatro [...]
Come atropelladamente el día
de Fiesta el que piensa gastar en la comedia aquella tarde. El ansia
de tener buen lugar, le hace no calentar el lugar en la mesa. Llega
a la puerta del teatro, y la primera diligencia que hace es no
pagar. La primera desdicha de los comediantes es esta: trabajar
mucho, para que solo paguen pocos. Quedárseles a veinte personas
con tres cuartos, no era grande daño, si no fuese consecuencia
para que lo hiciesen muchos. Porque no pagó uno, son innumerables
los que no pagan. Todos se quieren parecer al privilegiado, por parecer
dignos de privilegio. Esto se desea con tan grande agonía,
que por conseguirlo se riñe; pero en riñendo está
conseguido. Raro es el que una vez riñó por no pagar,
que no entre sin pagar de allí adelante. Linda razón
de reñir, quedarse con el sudor de los que por entretenerle
trabajan, y revientan. Pues luego, ya que no paga, perdona algo. Si
el comediante saca mal vestido, le acusa, o le
silba. Yo me holgara saber ¿con qué quiere éste,
y los demás que le imitan, que se engalane, si se le quedan
con su dinero? ¿Es posible que no consideren los que no pagan,
que es aquella una gente pobre, y que se ofende Dios de que no se
le dé el estipendio, que le tiene señalado la República?
Si Dios se desagrada de que no socorramos al pobre con lo que es nuestro,
como se desagradará de que nos quedemos con lo que es suyo.
Pasa adelante nuestro holgón, y llega al que da los lugares
en los bancos. Pídele uno, y el
hombre le dice que no le hay, pero que le parece que a uno de los
que tiene dados, no vendrá su dueño, que aguarde a que
salgan las guitarras, y que si entonces estuviere vacío se
siente. Quedan de este acuerdo, y él por aguardar entretenido,
se va al vestuario. Halla en él
a las mujeres desnudándose de caseras, para vestirse de comediantes.
Alguna está en tan interiores paños, como si se fuera
a acostar. Pónese enfrente de una, a quien está calzando
su criada, porque no vino en silla. Esto no se puede hacer sin muchos
desperdicios del recato. Siéntelo la pobre mujer, mas no se
atreve a impedirlo, porque, como son todos votos en su aprobación,
no quiere disgustar a ninguno. Un silbo, aunque
sea injusto, desacredita; porque para el daño ajeno,
todos creen que es mejor el juicio del que acusa, que el suyo. Prosigue
la mujer en calçarse, manteniendo la paciencia de ser vista.
La más desahogada en las tablas, tiene algún encogimiento
en el vestuario; porque aquí parecen los desahogos vicio, y
allá oficio. No aparta el hombre los ojos de ella.
Estos objetos nunca se miran sin
grande riesgo del alma. Con mucha sencillez
se avecina a la llama la mariposa; pero porque se avecina, se quema.
Por mucha sencillez con que se entregue a estas atenciones un hombre,
es menester un prodigio para que no se abrase. El que piensa que va
a esto, cuando va a entretenerse, sepa que va a grande riesgo de salir
muy lastimado.
Asómase a los paños,
por ver si está vacío el lugar que tiene dudoso, y vele
vacío. Parécele que ya no vendrá su dueño,
y va y siéntase. Apenas se ha sentado, cuando viene su dueño,
y quiere usar de su dominio. El que está sentado lo resiste,
y armase una pendencia.
¿Este hombre no salió
a holgarse, cuando salió de su
casa? Pues que tiene que ver reñir,
con holgarse? Que haya en el mundo gente bárbara, que de las
holguras haga mohínas! Si no hallaría donde sentarse,
estuviérase en pie, que menos pesadumbre es estarse en pie
tres horas, que reñir un instante; y ya que se sentó,
levantárase cuando vino el dueño del lugar, que haberse
sentado no es haber adquirido derecho. Si le parece desaire que le
vean levantarse por ajena voluntad, de donde estaba sentado, mayor
desaire es que le vean hacerse dueño de lo que no es suyo.
Si el mantener el asiento es porque no les parezca a los que lo miran,
que es no atreverse a reñir, hace mal, porque muy airoso queda
el que da entender que le tiene miedo a la razón. Si se sentó
engañado, creyendo que no vendría al lugar el dueño,
no tiene la culpa de su error el dueño del lugar: quedarse
en él seria querer premio por el error. El que tiene la culpa,
pague la pena. Si le conserva, porque todos los que se han sentado
en lugar que no es suyo hacen lo mismo, hace una locura, porque no
son buenos para ejemplares los desaciertos. Inestimable es la singularidad,
cuando el estilo común es defectuoso. [...]
Ajústase la diferencia; el
que tenia pagado el lugar, le cede, y siéntase en otro que
le dieron los que apaciguaron el enojo. Tarda nuestro hombre en sosegarse
poco más que el ruido que levantó la pendencia, y luego
mira al puesto de las mujeres (en Madrid se llama cazuela)
hace juicio de las caras, vásele la voluntad a la que mejor
le ha parecido, y hácele con algún recato señas.
No es cazuela lo que v.m. entró
a ver, señor mío, sino la comedia. Ya
van cuatro culpas, y aun no se ha empezado el entretenimiento.
No es ese buen modo de observarle a Dios la solemnidad de su día.
Vuelve la cara a diferentes partes,
cuando siente que por detrás le tiran de la capa. Tuerce el
cuerpo por saber lo que aquello es, y ve un
limero, que metiendo el hombro por entre dos hombres, le dice
cerca del oído, que aquella señora que está dándose
golpes en la rodilla con el abanico dice que se ha holgado mucho de
haberle visto tan airoso en la pendencia, que le pague una docena
de limas. El hombre mira a la cazuela, ve que es la que le ha contentado,
da el dinero que se le pide, y envíale a decir que tome todo
lo demás que gustare. ¡Oh, cómo huelen
a demonio estas limas! En apartándose el limero, piensa
en ir a aguardar a la salida de la comedia a la mujer, y empieza a
parecerle que tarda mucho en empezarse la comedia. Habla recio y desabrido
en la tardanza, y da ocasión a los mosqueteros
que están debajo dél a que den priesa a los comediantes
con palabras injuriosas.
Ya que he llegado aquí,
no puedo dejar de hablar en esta materia. ¿Por qué dicen
estos hombres palabras injuriosas a los representantes? ¿porque
no salen en el punto que ellos entran? ¿porque les gastan vanamente
el tiempo que han menester para otros vicios? ¿porque el esperar
es enfado? Ninguno va a la comedia que no sepa
que ha de esperar; y hacérsele nuevo lo que lleva sabido,
o es haber perdido la memoria, o el entendimiento. Si los comediantes
estuvieran durmiendo en sus posadas, aun tenían alguna razón;
pero siempre están vestidos mucho antes que sea hora de empezar:
si se detienen es porque no hay la gente que es menester que haya
para desquitar lo que se pierde los días de trabajo, o porque
aguardan persona de tanta reverencia, que por
no disgustarla, disgustan a quien ellos han menester tanto agradar,
como es el pueblo. Veamos ahora, en fe de qué se atreven
a hablarles mal los que allí se les atreven. En fe del embozo
de la bulla. Saben que todo aquel teatro tiene una cara, y con la
máscara de la confusión los injurian. Ninguno de los
que allí les dicen pesadumbres injustamente, se las dijera
en la calle sin mucho riesgo de que se vengasen ellos, o de que la
justicia los vengase. Fuera de ser sinrazón y cobardía
el tratarlos allí mal, es inhumano desagradecimiento, porque
los comediantes son la gente que mas desea agradar con su oficio entre
cuantos trabajan en la República.
Tanta es la prolijidad
con que ensayan una comedia que es tormento de muchos días
ensayarla. El día que la estrenan diera cualquiera dellos
de muy buena gana la comida de un año por parecer bien aquel
día. En saliendo al tablado, ¿qué cansancio,
qué pérdida rehúsan por hacer con fineza lo que
tienen a su caro? Si es menester despeñarse,
se arrojan por aquellas montañas que fingen con el mismo despecho
que si estuvieran desesperados; pues cuerpos son humanos como los
otros, y les duelen como a los otros los golpes. Si hay en la comedia
un paso de agonizar el representante, a quien le toca, se revuelca
por aquellas tablas, llenas de salivas hechas lodo, de clavos mal
embebidos, y de astillas erizadas, tan sin dolerse de su vestido,
como si fuera de guadamací, y las mas veces vale mucho dinero.
Si importa al paso de la comedia que la representanta se entre huyendo,
se entra por hacer bien el paso con tanta celeridad que se deja un
pedazo de la valona, que no costó poco, en un clavo, y se lleva
un desgarrón en un vestido que costó mucho. Yo vi a
una comedianta de las de mucho nombre (poco ha que murió) que
representando un paso de rabia, hallándose acaso con el lienzo
en la mano, le hizo mil pedazos por refinar el afecto que fingía;
pues bien valía el lienzo dos veces más del partido
que ella ganaba. Y aun hizo mas que esto, que porque pareció
bien entonces, rompió un lienzo cada día, todo el tiempo
que duró la comedia. Con tan grande extremo procuran cumplir
con las obligaciones de la representación por tener
a todos contentos, que estando yo en el vestuario algunos días,
que había muy poca gente, les oía decirse unos a otros,
que aquellos son los días de representar con mucho cuidado,
por no dar lugar a que la tristeza de la soledad les enflaquezca el
aliento, y porque los que están allí no tienen la culpa
de que no hayan venido más, y sin atender a que trabajan sin
aprovechamiento, se hacen pedazos por entretener mucho a los pocos
que entretienen. Todo esto lo deben agradecer todos, porque cada uno
está representando el todo, a quien este gusto se hizo. Cuando
no hubiera más culpa en tratarlos mal, que la ingratitud, era
grande culpa.
Salen las guitarras, empiézase la comedia, y nuestro oyente
pone la atención quizá donde no la ha de poner. Suele
en las mujeres en la representación de los pasos amorosos,
con el ansia de significar mucho, romper el freno la moderación,
y hacer sin este freno algunas acciones demasiadamente vivas. Aquí
fuera bueno retirar la vista; pero él
no lo hace.[...]
b) CÓMO OÍR
UNA COMEDIA
Ahora bien, quiero enseñar
al que oye comedias, a oírlas para que no saque del teatro
mas culpas de las que llevó. Procure
entender muy bien los principios del caso, en que la comedia
se funda, que con esto empezará desde luego a gustar de la
comedia. Vaya mirando si saca con gracia las
figuras el Poeta, y luego si las maneja con hermosura: que
esto, hecho bien, suele causar gran deleite. Repare en si
los versos son bien fabricados, limpios, y sentenciosos: que
si son de ésta manera, le harán gusto y dotrina: que
muchos por estar mal atentos, pierden la dotrina y el gusto. Note
si los lances son nuevos y verisímiles,
que si lo son, hallará en la novedad mucho agrado, y en la
verisimilitud le hará grande placer ver a la mentira con todo
el aire de la verdad. Y si en todas estas cosas no encontrare todo
lo que busca, encontrará el deleite de
acusarlas, que es gran deleite. Todos se huelgan cuando uno
se les aventaja mucho de verle venir resbalando a quedar entre ellos.
Pero advierta, que aunque haya en una comedia
algunas flojedades, que no por eso es mala la comedia. Si en
una obra del ingenio fuera igualmente bueno todo, no fuera el todo
bueno. Para que un todo en estas materias sea admirable, ha de estar
por algunas partes débil.[...]
Esto es en cuanto a lo que se puede
notar en lo escrito
de una comedia: vamos ahora a lo que se ha de atender en
lo representado. Observe nuestro oyente con grande
atención la propiedad de los trajes,
que ay representantes que en vestir los papeles son muy primorosos.
En las cintas de unos zapatos se suele hallar una naturaleza que admira.
Repare si las acciones son las que piden las
palabras, y le servirán de más palabras las acciones.
Mire si los que representan ayudan con los ojos
lo que dicen, que si lo hacen, le llevarán los ojos. No
ponga cuidado en los bailes, que será descuidarse mucho
consigo mismo. Haga fuera desto entretenimiento de ver
al vulgo aplaudir disparates, y tendrá mucho en que
entretenerse. Gastando de esta manera el tiempo que dura una comedia,
no habrá gastado mal aquel tiempo. Siendo esto así,
me holgara yo mucho de que hiciera de aquellos ratos empleo apacible
y aprovechoso. [...]
Quien hubiere gustado de un Templo
sin gente, podrá decir cuan celestiales gustos están
allí escondidos.[...] El Templo se le vuelve teatro, y teatro
del Cielo. No entiende bien teatros, quien no deja por el Templo el
de las comedias.
c) LAS MUJERES EN LA COMEDIA
También van a la comedia las
mujeres, y también tienen las mujeres alma, bueno será
darles en esta materia buenos consejos. Los hombres van el día
de fiesta a la comedia después de comer, antes de comer las
mujeres. La mujer que ha de ir a la comedia el día de fiesta,
ordinariamente la hace tarea de todo el día: conviénese
con una vecina suya, almuerzan cualquier cosa, reservando la comida
del medio día para la noche: vanse a una Misa, y desde la Misa,
por tomar buen lugar, parten a la cazuela. Aun no hay en la puerta
quien cobre. Entran, y hállanla salpicada como de viruelas
locas, de otras mujeres tan locas como ellas. No toman la delantera,
porque ese es el lugar de las que van a ver y ser vistas. Toman en
la medianía lugar desahogado y modesto. Reciben gran gusto
de estar tan bien acomodadas. Luego lo verán. Quieren entretener
en algo los ojos, y no hallan en qué entretenerlos; pero el
descansar de la priesa con que han vivido toda aquella mañana,
les sirve por entonces de recreo. Van entrando mas mujeres, y algunas
de las de buen desahogo se sientan sobre el petril de la cazuela,
con que quedan como en una cueva las que están en medio sentadas.
Ya empieza la holgura a hacer de las suyas.
Entran los cobradores. La una de nuestras mujeres desencaja de entre
el faldón del jubón y el guardainfante un pañuelo,
desanuda con los dientes una esquina, saca de ella un real sencillo,
y pide que le vuelvan diez maravedís. Mientras esto se hace,
ha sacada la otra del seno un papelillo abochornado en que están
los diez cuartos envueltos, hace su entrega, y pasan los cobradores
adelante. La que quedó con los diez maravedís en la
mano, toma una medida de avellanas nuevas, llévanle por ella
dos cuartos, y ella queda con el ochavo tan embarazada como un niño,
no sabe donde acomodarlo, y al fin se lo arroja en el pecho, diciendo
que es para un pobre. Empiezan a cascar avellanas las dos amigas,
y en entrambas bocas se oyen grandes chasquidos; pero de las avellanas
en unas ay solo polvo, en otras un granillo seco como de pimienta,
en otras un meollo con sabor del mal aceite, en alguna ay algo que
pueda con gusto pasarse. Mujeres, como esas avellanas es la holgura
en que estáis: al principio gran ruido, comedia, comedia; y
en llegando allá, unas cosas no son nada, otras son poco mas
que nada, muchas fastidio, y alguna hace algún gusto.
Van cargando ya muchas mujeres. Una de las que están delante
llama por señas a dos que está en pie detrás
de las nuestras. Las llamadas, sin pedir licencia, pasan por entre
las dos, pisándoles las vasquiñas y descomponiéndoles
los mantos. Ellas quedan diciendo: “¡Ay tal grosería!”
que con esta palabra se vengan las mujeres de muchas injurias. La
una sacuda el polvo que le dejó en la vasquiña la pisada,
disparando con el dedo pulgar el dedo de enmedio; y la otra con lo
llano de las uñas, con ademán de tocar rasgados en una
guitarra. Tráenlas a unas de las que están sentadas
en el pretil de la delantera unas empanadas, y para comerlas se sientan
en lo bajo. Con esto les queda claro, por donde ven los hombres que
entran. Dice la una a la otra de las nuestras: “Ves aquel hombre
entrecano que se sienta allí a la mano izquierda en el banco
primero; pues es el hombre más de bien que ay en el mundo,
y que más cuida de su casa, pero bien se lo paga la pícara
de su mujer, amancebada está con un estudiantillo que no vale
sus orejas llenas de cañamones”. Una, que está
junto a ellas, que oye la conversación, las dice: “Mis
señoras, dejen vivir a cada una con su suerte, que somos mujeres
todas, y no habrá maldad que no hagamos, si Dios nos olvida.
Ellas bajan la voz y prosiguen su plática.[...]
De allí a un poco, dice la una de las nuestras a la otra, en
tono de admiración: “¡Ay amiga, fulanillo, que
ayer herreteaba agujetas, se siente en banco de barandillas!”
La otra se incorpora un poco a mirarle, como a cosa extraña:
pues no es gran milagro, que de un pobre se haga un rico.[...]
Ya la cazuela estaba cubierta, cuando he aquí al apretador
(este es un portero que desahueca allí a las mujeres, para
que quepan mas) con cuatro mujeres tapadas y lucidas, que porque le
han dado ocho cuartos viene a acomodarlas. Llegase a nuestras mujeres
y dícelas que se embeban: ellas lo resisten, el porfía,
las otras se van llegando, descubriendo unos tapapiés que chispean
oro. Las nuestras dicen que vinieran temprano y tuvieran buen lugar.
Una de las otras dice que las mujeres como ellas, a cualquiera hora
vienen temprano para tenerlo bueno, y sabe Dios como son ellas. Déjanse
en fin caer sobre las que están sentadas que por salir de debajo
de ellas, las hacen lugar, sin saber lo que se hacen. Refunfuñan
las unas, responden las otras, y al fin quedan todas en calma.
Ya son las dos y media, y empieza la hambre a llamar muy recio en
las que no han comido. Bien dieran nuestras mujeres a aquella hora
otros diez cuartos por estar en su casa. Yo me holgara mucho que todos
los que van a la comedia fueran en ayunas, porque tuvieran las pasiones
mortificadas, por si ay algo en ella que irrite las pasiones. Una
de las mujeres que acomodó el apretador, descubriendo una cara
de regalos, da a cada una de nuestras mujeres un puñado de
ciruelas de Génova y huevos de faltriquera, diciéndolas:
“Ea, seamos amigas, y coman de esos dulces que me dio un bobo”.
Ellas los reciben de muy buena gana, y empiezan a comer con la misma
priesa que si fueran uvas. Quisieran hablar con la que las hizo el
regalo en señal de cariño; pero por no dejar de mascar,
no hablan.
A este tiempo en la puerta de la cazuela arman unos mozuelos una pendencia
con los cobradores, sobre que dejen entrar unas mujeres de balde,
y entran riñendo unos con otros en la cazuela. Aquí
es la confusión y el alboroto. Levántanse desatinadas
las mujeres, y por huir de los que riñen, caen unas sobre otras.
Ellos no reparan en lo que pisan, y las traen entre los pies como
si fueran sus mujeres. Los que suben del patio a sosegar, o a socorrer,
dan los encontrones a las que embarazan, que las echan a rodar. Todas
tienen ya los rincones por el mejor lugar de la cazuela, y unas a
gatas, y otras corriendo, se van a los rincones. Saca al fin a los
hombres de allí la justicia, y ninguna toma el lugar que tenía,
cada una se sienta en el que halla. Queda una de nuestras mujeres
en el banco postrero, y la otra junto a la puerta. La que está
aquí no halla los guantes, y halla un desgarrón en el
manto. La que está allá está echando sangre por
las narices de un codazo que la dio uno de los de la pendencia: quiere
limpiarse, y hásele perdido el pañuelo, y socórrese
de las enaguas de bayeta.
Salen las guitarras, y sosiéganse. La que está junto
a la puerta de la cazuela, oye a los representantes, y no los ve.
La que está en el banco ultimo los ve y no los oye, con que
ninguna ve la comedia; porque las comedias ni se oyen sin ojos, ni
se ven sin oídos: las acciones hablan gran parte, y sino (sic)
se oyen las palabras, son las acciones mudas.
Acábase en fin la comedia, como si para ellas no se hubiera
empezado. Júntanse las dos vecinas a la salida, y dice la una
a la otra, que espere un poco, porque se le ha desatado la basquiña.
Vásela a atar, y echa menos la llave de su puerta que iba en
aquella cinta atada. Atribulase increíblemente, y empiezan
a preguntar las dos a las mujeres que van saliendo, si han topado
una llave. Unas se ríen, otras no responden, y las que mejor
lo hacen, las desconsuelan con decir que no la han visto. Acaban de
salir todas, ya es boca de noche, y van a la tienda de enfrente y
compran una vela. Con ella la buscan, pero no la hallan. El que ha
de cerrar el corral, las da priesa, y ellas se fatigan. Ya desesperan
del buen suceso, cuando la compañera ve hacia un rincón
una cosa que relumbra, lejos de allí. Van allá, y ven
que es la llave que está a medio colar entre dos tablas. Recógenla,
bajan a la calle, y antes de matar la vela, buscan para hazcerle manija
un papelillo; mátanla, fájanla, y caminan. Brava tarde,
mis señoras, lindamente se han holgado.[...]
Cupsa, 1977
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