[...]Este segundo libro terná otras cosas hechas al
modo italiano, las cuales serán sonetos y canciones,
que las trobas de esta arte así han sido llamadas siempre.
La manera déstas es más grave
y de más artificio y (si yo no me engaño)
mucho mejor que la de las otras. Mas todavía, no embargante
esto, cuando quise probar a hazellas no dexé de entender
que tuviera en esto muchos reprehensores.
[1]
Porque la cosa era nueva en nuestra España
y los nombres también nuevos, a lo menos muchos dellos,
y en tanta novedad era imposible no temer con causa, y aun sin
ella. Cuanto más que luego en poniendo las manos en esto,
topé con hombres que me cansaron. Y en cosa que toda ella
consiste en ingenio y en jüicio,
no tiniendo estas dos cosas más vida de cuanto tienen gusto,
pues cansándome havía de desgustarme, después
de desgustado, no tenía donde pasar más adelante.
Los unos se quexavan que en las trobas de esta arte los
consonantes no andavan tan descubiertos ni sonavan tanto como
las castellanas; otros dezían que este verso no
sabían si era verso o si era prosa, otros argüían
diziendo que esto principalmente havía de ser para
mugeres y que ellas no curavan de
cosas de sustancia sino del son de las palabras y de la
dulçura del consonante. Estos
hombres con estas sus opiniones me movieron a que me pusiese a
entender mejor la cosa, porque entendiéndola viese más
claro sus sinrazones. Y así cuanto más he querido
llegar esto al cabo, discutiéndolo conmigo mismo, y platicándolo
con otros, tanto más he visto el poco fundamento que ellos
tuvieron en ponerme estos miedos. Y hanme parecido tan livianos
sus argumentos, que de solo haver parado en ellos, poco o mucho
me corro; y así me correría agora si quisiese responder
a sus escrúpulos. Que ¿quién ha de responder
a hombres que no se mueven sino al son de los consonantes? ¿Y
quién se ha de poner en pláticas con gente
que no sabe qué cosa es verso, sino aquel que calçado
y vestido con el consonante os entra del golpe por el un oído
y os sale por el otro? Pues a los otros que dizen que estas
cosas no siendo sino para mugeres no han de ser muy fundadas,
¿quién ha de gastar tiempo en respondelles? Tengo
yo a las mugeres por tan sustanciales, las que aciertan a sello,
y aciertan muchas, que en este caso quien se pusiese a
defendellas las ofendería. […]
[2]
Pues si tras esto escrivo y hago imprimir lo que he escrito y
he querido ser el primero que ha juntado
la lengua castellana con el modo de escrivir italiano,
esto parece que es contradecir con las obras a las palabras. A
esto digo que, cuanto al escrivir, ya di dello razón bastante
en el prólogo del primer libro. Cuanto al tentar el estilo
de estos sonetos y canciones y otras cosas de este género,
respondo: que así como en lo que he escrito nunca tuve
fin a escrivir sino a andarme descansando
con mi spíritu, si alguno tengo, y esto para pasar
menos pesadamente algunos ratos pesados de la vida, así
también en este modo de invención (si así
quieren llamalla) nunca pensé que
inventava ni hazía cosa que huviese de quedar en el mundo,
sino que entré en ello descuidadamente como en cosa que
iva tan poco en hazella que no havía para qué dexalla
de hazer haviéndola gana. Cuanto más que vino
sobre habla. Porque estando un día en Granada con
el Navagero, al cual por haver sido
varón tan celebrado en nuestros días he querido
aquí nombralle a vuestra señoría, tratando
con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente
en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué no
provava en lengua castellana sonetos y otras artes de trobas usadas
por los buenos authores de Italia. Y no solamente me lo dixo así
livianamente, más aun me rogó que lo hiciese. Partíme
pocos días después para mi casa, y con la largueza
y soledad del camino discurriendo por diversas cosas, fui a dar
muchas vezes en lo que el Navagero me havía dicho. Y así
comenzé a tentar este género de verso, en el cual
al principio hallé alguna dificultad
por ser muy artificioso y tener muchas particularidades
diferentes del nuestro. Pero después, pareciéndome
quiçá con el amor de las cosas proprias que esto
començava a sucederme bien, fui poco a poco metiéndome
con calor a ello. Mas esto no bastara a hazerme pasar muy adelante
si Garcilaso, con su jüizio,
el cual no solamente en mi opinión, mas en la de todo el
mundo, ha sido tenido por regla cierta, no me confirmara en esta
mi demanda. Y así, alabándome muchas vezes este
mi propósito y acabándomele de aprovar con su exemplo,
porque quiso él también llevar este camino, al cabo
me hizo ocupar mis ratos ociosos en esto más fundadamente.
Y después, ya con su persuasión tuve más
abierto el jüizio, ocurriéronme cada día razones
para hazerme llevar adelante lo començado.
[3]
Vi que este verso que usan los castellanos, si un poco asentadamente
queremos mirar en ello, no hay quien sepa
de dónde tuvo principio. Y si él fuese tan
bueno que se pudiese aprovar de suyo, como los otros que hay buenos,
no havría necesidad de escudriñar quiénes
fueron los inventores dél. Porque él se trahería
su autoridad consigo y no sería menester dársela
de aquellos que le inventaron. Pero él agora ni trahe en
sí cosa por donde haya de alcançar más
onra de la que alcança, que es ser admitido del vulgo,
ni nos muestra su principio con la autoridad del cual seamos obligados
a hazelle onra. Todo esto se alla muy al revés en estotro
verso de nuestro segundo libro, porque en él vemos, dondequiera
que se nos muestra, una disposición
muy capaz para recebir cualquier materia: o grave o sotil,
o dificultosa o fácil, y asimismo para ayuntarse con cualquier
estilo de los que hallamos entre los authores antiguos aprovados.
De más desto, ha dexado con su buena opinión tan
gran rastro de sí por donde quiera que haya pasado, que
si queremos tomalle dende aquí, donde se nos ha venid a
las manos y bolver con él atrás por el camino por
donde vino, podremos muy fácilmente llegar hasta muy cerca
de donde fue su comienço.
Y así le vemos agora en nuestros días andar bien
tratado en Italia, la cual es una tierra muy floreciente de ingenios,
de letras, de jüizios y de grandes escritores. Petrarcha
fue el primero que en aquella provincia le acabó de poner
en su punto, y en éste se ha quedado y quedará,
creo yo, para siempre. Dante fue más atrás, el cual
usó muy bien dél, pero diferentemente de Petrarcha.
En tiempo de Dante y un poco antes, florecieron los proençales,
cuyas obras, por culpa de los tiempos, andan en pocas manos. Destos
proençales salieron muchos authores ecelentes catalanes,
de los cuales el más ecelente Osias March, en loor del
cual, si yo agora me metiese un poco, no podría tan presto
bolver a lo que agora traigo entre las manos. Mas basta para esto
el testimonio del señor Almirante, que después que
vio una vez sus obras las hizo luego escrivir con mucha diligencia
y tiene el libro dellas por tan familiar como dizen que tenía
Alexandre el de Homero. Mas tornando a nuestro propósito,
digo que, aun bolviendo más atrás de los proençales,
hallaremos todavía el camino hecho deste nuestro verso.
Porque los hendecasíllabos, de los cuales tanta fiesta
ha hecho los latinos, llevan casi
la misma arte, y son los mismos, en cuanto la diferencia de las
lenguas lo sufre. Y porque acabemos de llegar a la fuente, no
han sido dellos tampoco inventores los latinos, sino que los tomaron
de los griegos, como han tomado otras
muchas cosas señaladas en diversas artes. De manera que
este género de trobas, y con la authoridad de su valor
proprio y con la reputación de los antiguos y modernos
que la han usado, es dino, no solamente de ser recebido de una
lengua tan buena como es la castellana, más aun de ser
en ella preferido a todos los versos vulgares. Y así pienso
yo que lleva camino para sello. Porque ya los buenos ingenios
de Castilla, que van fuera de la vulgar cuenta, le aman y le siguen
y se exercitan en él tanto que, si los tiempos con sus
desasosiegos no lo estorvan, podrá ser que antes de mucho
se duelan los italianos de ver lo bueno de su poesía transferido
en España. Pero esto aún está lexos, y no es bien
que nos fundemos en estas esperanças hasta vellas más
cerca. De lo que agora los que escriven se pueden preciar es que
para sus escritos tengan un jüizio de tanta autoridad como
el de vuestra señoría, porque con él queden
favorecidos los buenos y desengañados los malos. Pero tiempo
es que el segundo libro comience ya a dar razón de sí
y entienda como le ha de ir con sus sonetos y canciones. Y si
la cosa no sucediera tan bien como él desea, piense que
en todas las artes los primeros hazen harto en empeçar
y los otros que después vienen quedan obligados a mejorarse.
Boscán, Juan; Obra completa,
Cátedra, 1999, pags. 115-120.