QUEVEDO
4.2.3.- Poesía
satírico-burlesca
4.2.3.1.- Defectos físicos
114.- A UN HOMBRE DE GRAN
NARIZ [2 versiones]
Superlativos burlescos en
El Quijote (2ª parte):
CAPÍTULO 38: Donde
se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida
Detrás de los tristes músicos comenzaron
a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce
dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos
monjiles anchos, al parecer, de anascote batanado, con unas tocas
blancas de delgado canequí, tan luengas que sólo
el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía
la condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero
Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima
y negra bayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada
grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. La cola,
o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales
se sustentaban en las manos de tres pajes, asimesmo vestidos de
luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos
tres ángulos acutos que las tres puntas formaban, por lo
cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por
ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos
la condesa de las Tres Faldas; y así dice Benengeli que
fue verdad, y que de su propio apellido se llama la condesa Lobuna,
a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si como
eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna, por
ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la denominación
de sus nombres de la cosa o cosas en que más sus estados
abundan; empero esta condesa, por favorecer la novedad de su falda,
dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi.
Venían las doce dueñas y la señora a paso
de procesión, cubiertos los rostros con unos velos negros
y no trasparentes como el de Trifaldín, sino tan apretados
que ninguna cosa se traslucían.
Así como acabó de parecer el dueñesco escuadrón,
el duque, la duquesa y don Quijote se pusieron en pie, y todos
aquellos que la espaciosa procesión miraban. Pararon las
doce dueñas y hicieron calle, por medio de la cual la Dolorida
se adelantó, sin dejarla de la mano Trifaldín, viendo
lo cual el duque, la duquesa y don Quijote, se adelantaron obra
de doce pasos a recebirla. Ella, puesta las rodillas en el suelo,
con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada, dijo:
–Vuestras grandezas sean servidas de no
hacer tanta cortesía a este su criado; digo, a esta su
criada, porque, según soy de dolorida, no acertaré
a responder a lo que debo, a causa que mi estraña y jamás
vista desdicha me ha llevado el entendimiento no sé adónde,
y debe de ser muy lejos, pues cuanto más le busco menos
le hallo.
–Sin él estaría –respondió
el duque–, señora condesa, el que no descubriese
por vuestra persona vuestro valor, el cual, sin más ver,
es merecedor de toda la nata de la cortesía y de toda la
flor de las bien criadas ceremonias.
Y, levantándola de la mano, la llevó
a asentar en una silla junto a la duquesa, la cual la recibió
asimismo con mucho comedimiento.
Don Quijote callaba, y Sancho andaba muerto por ver el rostro
de la Trifaldi y de alguna de sus muchas
dueñas, pero no fue posible hasta que ellas de su grado
y voluntad se descubrieron.
Sosegados todos y puestos en silencio, estaban esperando quién
le había de romper, y fue la dueña Dolorida con
estas palabras:
–Confiada estoy, señor
poderosísimo, hermosísima
señora y discretísimos
circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima
en vuestros valerosísimos pechos
acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso, porque
ella es tal, que es bastante a enternecer los mármoles, y a
ablandar los diamantes, y a molificar los aceros de los más
endurecidos corazones del mundo; pero, antes que salga a la plaza
de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera que me hicieran
sabidora si está en este gremio, corro y compañía
el acendradísimo caballero don
Quijote de la Manchísima y su
escuderísimo Panza.
–El Panza –antes que
otro respondiese, dijo Sancho– aquí esta, y el don Quijotísimo
asimismo; y así, podréis, dolorosísima
dueñísima, decir lo que
quisieridísimis, que todos estamos
prontos y aparejadísimos
a ser vuestros servidorísimos.
En esto se
levantó don Quijote, y, encaminando sus razones a la Dolorida
dueña, dijo:
–Si vuestras
cuitas, angustiada señora, se pueden prometer alguna esperanza
de remedio por algún valor o fuerzas de algún andante
caballero, aquí están las mías, que, aunque flacas
y breves, todas se emplearán en vuestro servicio. Yo soy don
Quijote de la Mancha, cuyo asumpto es acudir a toda suerte de menesterosos,
y, siendo esto así, como lo es, no habéis
menester, señora, captar benevolencias ni buscar preámbulos,
sino, a la llana y sin rodeos, decir vuestros males, que oídos
os escuchan que sabrán, si no remediarlos, dolerse dellos.
Oyendo lo cual,
la Dolorida dueña hizo señal de querer arrojarse a los
pies de don Quijote, y aun se arrojó [...]
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