4.4.3.2.- EL ALGUACIL
ENDEMONIADO [Alguacilado]
(1607)
Al pío
lector
Y si fueras cruel
y no pío, perdona, que este epíteto, natural del pollo,
has heredado de Eneas. Y en agradecimiento
de que te hago cortesía en no llamarte benigno lector, advierte
que hay tres géneros de hombres
en el mundo: los unos que, por hallarse ignorantes,
no escriben, y estos merecen disculpa por haber callado y
alabanza por haberse conocido; otros que no
comunican lo que saben; a estos se les ha de tener lástima
de la condición y envidia del ingenio, pidiendo a Dios que
les perdone lo pasado y les enmiende por el venir; los últimos
no escriben de miedo de las malas lenguas;
estos merecen reprehensión, pues si la obra llega
a manos de hombres sabios, no saben decir mal de nadie; si de ignorantes,
¿cómo pueden decir mal, sabiendo que si lo dicen de
lo malo lo dicen de sí mismos, y si del bueno no importa,
que ya saben todos que no lo entienden? Esta razón me animó
a escribir el sueño del Juicio y me permitió osadía
para publicar este discurso. Si le quisieres
leer, léele, y si no, déjale, que no hay pena
para quien no le leyere. Si le empezares a leer y te enfadare, en
tu mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso. Solo
he querido advertirte en la primera hoja que este papel es sola
una reprehensión de malos ministros
de justicia, guardando el decoro que se debe a muchos
que hay loables por virtud y nobleza; poniendo todo lo que
en él hay debajo la corrección de la Iglesia Romana
y ministros de buenas costumbres.
Discurso

Gregorio Reyllo: Alguacil del Siglo XVI
Fue el caso que entré en
San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, [clérigo]
de bonete de tres altos hecho a modo de medio celemín, orillo
por ceñidor y no muy apretado, puños de Corinto, asomo
de camisa por cuello, [rosario en mano, disciplina
en cinto, zapato grande y de ramplón y oreja sorda],
habla entre penitente y disciplinante, derribado el cuello al hombro
como el buen tirador que apunta al blanco, mayormente si es blanco
de Méjico o de Segovia, los ojos bajos y muy clavados en
el suelo, como el que codicioso busca en él cuartos, y los
pensamientos triples, color a partes hendida y a partes quebrada,
tardón en la mesa [la
misa] y abreviador en las respuestas, gran cazador de espíritus
[diablos], tanto que sustentaba el
cuerpo con ellos [a
puros espíritus]. Entendíasele de ensalmar,
haciendo al bendecir unas cruces mayores que las de los malcasados.
Traía en la capa remiendos sobre sano, hacía del desaliño
humanidad [santidad],
contaba visiones [revelaciones],
y si se descuidaban a creerle, hacía milagros. ¿Qué
me canso? Este, señor, era uno de los [que
Cristo llamó] sepulcros hermosos por
de fuera, blanqueados y llenos de molduras, y por
de dentro pudrición y gusanos, fingiendo en
lo exterior honestidad, siendo en lo
interior del alma disoluto y de muy ancha y rasgada conciencia.
Era, en buen romance, hipócrita, embeleco vivo, mentira con
alma y fábula con voz. Hallele [en
la sacristía] solo con un hombre que atadas las manos
[en el cíngulo y puesta la estola]
y suelta la lengua, descompuestamente daba voces con frenéticos
movimientos.
-¿Qué es esto? -le pregunté espantado.
Respondióme:
-Un hombre endemoniado.
Y al punto, el espíritu [que en él
tiranizaba la posesión a Dios], respondió:
-No es hombre, sino alguacil. Mirad cómo habláis,
que en la pregunta del uno y en la respuesta del otro se ve que
sabéis poco. Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles
estamos por fuerza y de mala gana; por lo cual, si queréis
acertar, debéis llamarme a mí
demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado.
Y avenisos tanto mejor los hombres con nosotros que con ellos cuanto
no se puede encarecer, pues nosotros huimos de la cruz y ellos la
toman por instrumento para hacer mal. ¿Quién podrá
negar que demonios y alguaciles no tenemos
un mismo oficio, pues bien mirado nosotros procuramos condenar
y los alguaciles también; nosotros que haya vicios y pecados
en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran con más
ahínco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros
para nuestra compañía? Y es mucho más de culpar
este oficio en los alguaciles que en nosotros, pues ellos hacen
mal a hombres como ellos y a los de su género, y nosotros
no, [que somos ángeles, aunque sin
Gracia]. Fuera de esto, los demonios lo fuimos por querer
ser más que Dios y los alguaciles son alguaciles por querer
ser menos que todos. [Así que por demás
te cansas, padre, en poner reliquias a este, pues no hay santo que
si entra en sus manos no quede para ellas]. Persuádete
que el alguacil y nosotros todos somos de una orden, sino que los
alguaciles son diablos con varilla, como cohetes [calzados]
y nosotros alguaciles sin vara [diablos
recoletos], que hacemos áspera vida en el infierno.
Admiráronme las sutilezas del diablo.[...]
-¿Qué géneros
de penas les dan a los poetas? -repliqué
yo.
-Muchas -dijo- y propias. Unos se atormentan oyendo las obras de
otros, y a los más es la pena el limpiarlos. Hay poeta que
tiene mil años de infierno y aún no acaba de leer
unas endechillas a los celos. Otros verás en otra parte aporrearse
y darse de tizonazos sobre si dirá faz o cara. Cuál,
para hallar un consonante, no hay cerco en el infierno que no haya
rodado mordiéndose las uñas. Mas los que peor lo pasan
y más mal lugar tienen son los poetas
de comedias, por las muchas reinas que han hecho [adúlteras],
las infantas de Bretaña que han deshonrado, los casamientos
desiguales que han hecho en los fines de las comedias y los palos
que han dado a muchos hombres honrados por acabar los entremeses.
Mas es de advertir que los poetas de comedias
no están entre los demás, sino que, por cuanto
tratan de hacer enredos y marañas, se ponen entre los procuradores
y solicitadores, gente que solo trata de eso. Y en el infierno están
todos aposentados con tal orden, que un artillero
que bajó allá el otro día, queriendo que le
pusiesen entre la gente de guerra, como al preguntarle del oficio
que había tenido dijese que hacer tiros en el mundo, fue
remitido al cuartel de los escribanos,
pues son los que hacen tiros [= hurtos] en el mundo. Un sastre,
porque dijo que había vivido de cortar de vestir, fue aposentado
en los maldicientes. Un ciego,
que quiso encajarse con los poetas, fue llevado a los enamorados,
por serlo todos. Otro que dijo: «Yo
enterraba difuntos», fue acomodado con los pasteleros.
Los que venían por el camino de los locos
ponemos con los astrólogos,
y a los por mentecatos con los alquimistas.
Uno vino por unas muertes y está
con los médicos. Los mercaderes,
que se condenan por vender, están con Judas.
Los malos ministros, por lo que han
tomado, alojan con el mal ladrón.
Los necios están con los verdugos.
Y un aguador que dijo que había
vendido agua fría, fue llevado con los taberneros.
Llegó un mohatrero tres días
ha, y dijo que él se condenaba por haber vendido gato por
liebre, y pusímoslo de pies con los venteros,
que dan lo mismo. Al fin todo el infierno está repartido
en partes con esta cuenta y razón. [...]
-¿También querrás decir que no hay justicia
en la tierra, rebelde a los dioses
[Dios, y sujeta a sus ministros]?
[CUENTO]-¡Y
cómo que no hay justicia! ¿Pues no has sabido lo de
Astrea, que es la justicia, cuando
huyendo de la tierra se subió al cielo? Pues por si no lo
sabes te lo quiero contar. Vinieron la Verdad
y la Justicia a la tierra; la una no halló comodidad
por desnuda, ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo así,
hasta que la Verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo.
La Justicia, desacomodada, anduvo por la tierra rogando a todos,
y viendo que no hacían caso de ella y que le usurpaban su
nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo
al cielo. Salióse de las grandes ciudades y cortes y fuese
a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida
en su pobreza, fue hospedada de la Simplicidad, hasta que envió
contra ella requisitorias la Malicia. Huyó entonces de todo
punto y fue de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban
todos quién era, y ella, que no sabe mentir, decía
que la Justicia; respondíanle todos:
-¿Justicia y por mi casa? Vaya por otra.
Y así no estuvo en ninguna. Subióse al cielo y apenas
dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron
con su nombre algunas varas que, fuera de las cruces, arden algunas
muy bien allá, y acá solo tienen nombre de justicia
ellas y los que las traen; [ y es de manera
que tornó a bajar en Cristo después, y la justicia
de acá la hizo della;]
porque hay muchos destos en quien la
vara hurta más que el ladrón
con ganzúa y llave falsa y escala. Y habéis de advertir
que la codicia de los hombres ha hecho instrumento para hurtar
todas sus partes, sentidos y potencias, que Dios les dio las unas
para vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra
de la doncella, con la voluntad, el enamorado?
¿No hurta con el entendimiento el letrado
que le da malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria
el representante que nos lleva el tiempo?
¿No hurta el amor con los ojos,
el discreto con la boca, el poderoso
con los brazos (pues no medra quien no tiene los suyos), el valiente
con las manos, el músico con
los dedos, el gitano y cicatero con
las uñas, el médico con
la muerte, el boticario con la salud,
el astrólogo con el cielo? Y
al fin, cada uno hurta con una parte o con otra. Solo
el alguacil hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los
ojos, sigue con los pies, ase con las manos y atestigua con la boca;
y al fin son tales los alguaciles que de ellos y de nosotros defienden
a los hombres pocas cosas [la
santa Iglesia Romana]. [...]
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